Algo más que un disfraz

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Estamos en carnaval. El ambiente en todos los grupos sociales así lo demuestra. Niños en los colegios superando las pruebas que le pone la patarrona, maestros diseñando disfraces de grupo, mayores cortando y cosiendo los trajes que les permitirán formar parte de un grupo asumiendo una personalidad soñada o incluso impuesta. Vivimos una fantasía temporal que aceptamos, ya sea como miembros activos o meramente observadores.

Las máscaras nos permiten asumir unos roles sociales diferentes que implican, en ocasiones, comportamientos que se alejan de los convencionalismos; nos permiten rebajar el cortisol que nos genera el estrés del día a día y aumentar la oxitocina y/o la adrenalina según se tercie. El carnaval sirve, sin lugar a duda, para crear identidades, para ser libres, sin prejuicios, para expresarnos con nuestro alter ego.

Pero el punto álgido de la fiesta es el desfile, cuando gran parte del grupo social se estructura en pequeños grupos y cada uno de sus miembros pasa a ser agente activo, sin importar sexo, raza, edad, religión….. y mientras, la otra parte observa, juzga, se divierte e incluso se atreve a criticar las representaciones, ya sean individuales o colectivas. La música, las luces, el baile, los aplausos y las voces forman parte de este evento al tiempo que ampara y acrecienta cada uno de esos alter egos. Es en este momento cuando los individuos se empoderan y el grupo destaca.

Son días de fiesta, de libertad, de vivir otros “yo” soñados. Eso no es malo, pero claro está, siempre con moderación, porque recordemos que la libertad de uno termina cuando empieza la del otro. FELIZ CARNAVAL.

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